Crisis del siglo XIV
Crisis del siglo XIV es la denominación historio gráfica de uno de los períodos que puede considerarse como de crisis secular o crisis general, al menos para Europa y la cuenca del Mediterráneo. Temporalmente abarca el tramo final de la Edad Media, hasta la recuperación de la población, el dinamismo económico y el nuevo vigor cultural que trajeron el Renacimiento y la Era de los Descubrimientos. En las interpretaciones de la historia de la civilización occidental se la considera un factor determinante para explicar la transición de la Edad Media a la Edad Moderna.
Consecuencias
Las consecuencias no fueron negativas para todos. Los supervivientes acumularon inesperadamente capital en forma de herencias, que pudo en algunos casos invertirse en empresas comerciales, o acumularon inesperadamente patrimonios nobiliarios. Las alteraciones de los precios de mercado de los productos, sometidos a tensiones nunca vistas de oferta y demanda cambió la forma de percibir las relaciones económicas: los salarios (un concepto, como el de circulación monetaria ya de por sí disolvente de la economía tradicional) crecían al tiempo que las rentas feudales pasaron a ser inseguras, obligando a los señores a decisiones difíciles. Alternativamente primero tendieron a ser más comprensivos con sus siervos, que a veces estuvieron en situación de imponer una nueva relación, liberados de la servidumbre; mientras que en un segundo momento, sobre todo tras algunas rebeliones campesinas fracasadas y duramente reprimidas, impusieron en algunas zonas una nueva refeudalización, o cambios de estrategia productiva como el paso de la agricultura a la ganadería (expansión de la Mesta).
LAS PERSISTENTES GUERRAS
Pese a tan desolador panorama, la guerra no se detendría ni un momento, añadiéndose a los infinitos males de una sociedad en general exhausta, en donde la muerte era un espectáculo habitual, prácticamente cotidiano.
La Europa de finales de la Baja Edad Media parecía, a decir verdad, un auténtico escenario bélico, y las batallas desempeñarían su propio rol, evidentemente negativo, sobre la demografía y las mentalidades colectivas. La más célebre de este período, la Guerra de los Cien Años, estalló en 1337 entre Francia e Inglaterra debido a cuestiones dinásticas e intereses comerciales, y terminó en 1453, contribuyendo por su larguísima duración y notable crueldad a aumentar aun más si cabe la crisis demográfica y económica. En tales circunstancias, es justo que pueda parecer milagroso el nuevo resurgimiento que experimentaría Europa desde finales del siglo XV y principios del XVI, durante el llamado Renacimiento.
La peste negra sacude Europa
Obviamente, la carestía de recursos y alimentos básicos debilitaba a una población que, en general, era víctima de la desnutrición y la malnutrición, pero se cebaba de forma especialmente notable sobre las clases humildes, las más necesitadas. La consecuencia primera de las crisis alimentarias era, casi de inmediato, la aparición y fácil propagación de toda clase de enfermedades contagiosas. De entre todas ellas, la más famosa, temida y destructiva era sin duda la peste bubónica, o negra.
Esta pandemia, causada por una bacteria (Yersinia pestis) que se transmite por la picadura de las pulgas (parásitos a la vez de las ratas, animal muy abundante en el Viejo Mundo), era ya una vieja conocida en la Europa medieval, desde la antigüedad. Sin embargo, el brote de peste de los años 1347-53, que tuvo su peor momento en el año 1348, fue especialmente mortífero y devastador. En términos generales, se puede decir que casi todas las ciudades y aldeas vieron reducidas drásticamente sus poblaciones en un tercio, y a menudo, incluso a la mitad (o menos). En los peores casos, muchos núcleos de población fueron totalmente abandonados en cuestión de días, pues sus habitantes huían a otros lugares, por miedo al contagio. Florencia vio perder de este modo aproximadamente el 80-90% de su población en un tiempo récord.
Aquella brutal pandemia parece deberse a, o tener su origen en, las tripulaciones infectadas de algunos barcos mercantes genoveses que, procedentes de varios puertos del Asia Menor -región en donde la peste era un mal endémico, desde la invasión mongola del siglo XIII-, desembarcaron con su horripilante carga de enfermos contagiosos en varios puertos italianos (Messina, Génova, Venecia) y franceses (Marsella) en el año 1347. Desde allí, en cuestión de unos pocos meses, la peste se extendería por el resto de Europa, afectando primero a Italia y luego a Francia, para inmediatamente después alcanzar Suiza, Alemania, la Península Ibérica, Inglaterra, y por último (entre 1349 y 1350), Escandinavia.
Debido a su relativo aislamiento y escaso nivel de urbanización, unas cuantas zonas afortunadas, como ciertos puntos de los Pirineos, la Polonia Central y la remota Finlandia se pudieron salvar del desastre, o sufrieron poco sus efectos. En cambio, las regiones más afectadas fueron las más densa mente pobladas y urbanizadas: Italia y Francia.
El italiano Boccaccio escribió su famosa obra El Decamerón usando como telón de fondo la peste que asolaba su país, algo que pudo contemplar, horrorizado, en primera persona: los protagonistas, todos ricos y sanos (miembros, nótese, de la clase nobiliaria, unos privilegiados), trataban de escapar del contagio, refugiándose en lugares aislados, mansiones apartadas del mundo y de los caminos principales, los cuales funcionaban como siniestras vías de dispersión para la enfermedad.
La peste dejaría tras de sí un paisaje deprimente, cuajado de ciudades antaño populosas y florecientes, pero repentinamente vacías, moribundas. La epidemia cortó por lo sano el desarrollo económico; la expansión territorial y agrícola se frenó bruscamente, al desaparecer de la noche a la mañana la hasta entonces abundante mano de obra, miles de trabajadores que habían hecho posible el sueño del hombre europeo de conquistar nuevas tierras al bosque y la ciénaga, dominadas bajo la forma de nuevas áreas de cultivos y colonias rurales. Esta crisis también tendría su reflejo sobre los demás sectores de la economía, todos tan interconectados, como la artesanía y las actividades mercantiles, que cayeron en picado.